Entre regulación y represión
El control social está presente en cada rincón de la vida cotidiana. Desde las normas no escritas de comportamiento hasta los sistemas legales, su función es mantener el orden y la cohesión. Sin embargo, cuando ese control se vuelve excesivo, puede convertirse en represión.
Hay dos formas de control social: formal e informal. El primero incluye leyes, sanciones jurídicas y estructuras estatales. El segundo opera en lo cotidiano: la mirada del otro, las tradiciones, los castigos morales. Ambos regulan nuestra conducta, pero también nos moldean subjetivamente. ¿Qué tanto de lo que hacemos lo elegimos realmente, y qué tanto es impuesto por la cultura o la presión social?
Cuando el control social es equitativo, protege a los más vulnerables. Pero cuando está sesgado por clase, género o ideología, se convierte en una herramienta de exclusión. La psicología crítica ha llamado la atención sobre cómo ciertos grupos son “normalizados” mientras otros son “desviados” o patologizadas.
Promover un control social justo significa revisar continuamente nuestras normas y su impacto, fomentar el diálogo y evitar la criminalización de la diferencia.
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