El concepto
central del libro gira en torno a lo que Klein denomina "la doctrina del
shock", inspirada parcialmente en las prácticas de tortura psicológica:
someter a un individuo o una sociedad a un estado de shock tan profundo que la
capacidad de resistencia se ve temporalmente anulada. Durante ese momento de
vulnerabilidad, se introduce un nuevo orden económico, político o militar que,
bajo condiciones normales, habría sido rechazado de plano. Klein traza el
origen ideológico de esta doctrina hasta Milton Friedman y la Escuela de
Chicago, quienes promovieron una visión del libre mercado como fuerza suprema,
con mínima intervención estatal. Según la autora, estos principios fueron
puestos en práctica en escenarios traumáticos: el golpe de Estado en Chile
(1973), la guerra de Irak, el huracán Katrina, el tsunami del sudeste asiático,
entre otros. En cada caso, el shock (ya sea político, económico o natural) fue
seguido de una reorganización del sistema económico a favor de intereses
privados, a menudo con apoyo estatal o internacional.
Uno de los
estudios de caso más contundentes del libro es Chile, donde tras el golpe
militar de Augusto Pinochet, la dictadura aplicó un conjunto de reformas
económicas inspiradas en Friedman. Bajo el pretexto de estabilizar la economía,
se privatizaron empresas estatales, se desmantelaron servicios públicos y se
redujeron los derechos laborales. Klein argumenta que tales políticas no fueron
el resultado de un proceso democrático, sino que se impusieron durante un
estado de represión, miedo y desarticulación social. Aquí, la doctrina del
shock se materializa como una estrategia planificada, no un accidente
histórico.
Klein
también denuncia cómo los desastres naturales, lejos de ser meras tragedias,
han sido instrumentalizados como oportunidades de negocio. Uno de los ejemplos
más ilustrativos es el huracán Katrina en Nueva Orleans (2005), donde tras la
devastación, el sistema escolar público fue reemplazado por escuelas charter
privadas. Asimismo, empresas de seguridad privadas sustituyen temporalmente
funciones policiales, generando un modelo de privatización que prospera en el
caos. El dolor y la desesperación de la población se convierten, según Klein,
en caldo de cultivo para un modelo económico extractivista y excluyente. Otro
eje del libro es la ocupación de Irak posterior a la invasión de 2003. Klein
expone cómo la destrucción del aparato estatal permitió a empresas como
Halliburton y Bechtel, con vínculos directos al gobierno de George W. Bush,
adjudicar contratos millonarios en tareas de reconstrucción. Aquí, el
neoliberalismo no sólo se impone tras una guerra, sino que se convierte en un
actor beligerante que lucra con la desestabilización y luego se autodesigna
como redentor.
En este
sentido, la doctrina del shock se presenta no como una mera consecuencia de
políticas violentas, sino como una hoja de ruta donde la catástrofe inducida o
aprovechada sirve para instaurar un nuevo orden económico. Klein no solo
analiza las implicaciones políticas y económicas de estas estrategias, sino que
también se detiene en el impacto psicológico. Cuando las sociedades son
expuestas a traumas sistemáticos ya sea por violencia estatal, guerras o
catástrofes naturales, se genera una suerte de parálisis colectiva que facilita
la aceptación de lo inaceptable. Esta lógica recuerda al concepto de “ventana
de Overton”, donde se amplía el espectro de lo políticamente aceptable gracias
a situaciones extremas.
Además, la
autora vincula la doctrina del shock con la manipulación mediática. Los medios
de comunicación, muchas veces controlados por los mismos intereses económicos,
desempeñan un papel crucial en la construcción del miedo, en la justificación
del autoritarismo temporal y en la invisibilizaba de los efectos negativos de
las reformas.
Pese a su
alcance y relevancia, La doctrina del shock no ha estado exenta de
críticas. Algunos académicos y economistas han señalado que Klein presenta una
visión maniquea del neoliberalismo, donde todos los actores privados son
presentados como oportunistas sin escrúpulos. También se la acusa de simplificar
procesos complejos al reducirlos a una única narrativa causal. Por otro lado,
defensores del libre mercado han señalado que en muchos casos las reformas
económicas posteriores al shock han tenido resultados positivos a largo plazo,
aunque Klein argumenta que esto se logra a costa de enormes sufrimientos
humanos y pérdida de derechos.Aun así, incluso los críticos reconocen el valor
del libro como obra de denuncia, y su capacidad para visibilizar las formas en
que el poder económico se entrelaza con la violencia y el oportunismo político.
A más de
quince años de su publicación, La doctrina del shock continúa siendo
relevante. La pandemia del COVID-19 mostró cómo gobiernos y empresas
aprovecharon el miedo y la incertidumbre para implementar cambios laborales,
tecnológicos y legales de forma acelerada. Desde el teletrabajo impuesto sin
regulación clara, hasta el uso masivo de vigilancia digital, se confirma que
los momentos de crisis siguen siendo aprovechados para remodelar las sociedades
en favor de intereses particulares.
Del mismo
modo, en América Latina persiste la aplicación de ajustes estructurales tras
crisis económicas o disturbios sociales, a menudo con el aval de organismos
internacionales. La obra de Klein ayuda a entender estos patrones y a generar
conciencia crítica ante propuestas políticas que surgen en contextos de
desestabilización.
La doctrina
del shock es una obra
contundente que obliga al lector a repensar la historia contemporánea desde una
óptica crítica, revelando los intereses económicos que se ocultan tras las
tragedias humanas. Naomi Klein desmonta la narrativa del progreso económico
para mostrar cómo el neoliberalismo radical se ha servido del dolor colectivo
como palanca de cambio. Aunque no está exenta de limitaciones, su enfoque
aporta una visión indispensable para comprender la relación entre poder, trauma
y economía.
En tiempos
donde las crisis parecen multiplicarse climáticas, sanitarias, bélicas la
advertencia de Klein cobra nueva vigencia: el verdadero peligro no está solo en
la catástrofe, sino en quién se beneficia de ella. El reto para las sociedades
contemporáneas es construir resiliencia, no solo frente al desastre natural,
sino frente al uso político del shock como herramienta de dominio.
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