Escuchar el dolor de los pueblos: el desafío ético de la Psicología
Toda ciencia es política, incluso cuando pretende no serlo. La Psicología, como saber del alma, no puede desligarse de la historia, del dolor social ni de las estructuras que moldean nuestras subjetividades. En un continente donde la violencia ha sido normalizada y el sufrimiento colectivizado, el silencio técnico se vuelve traición. Pensar una Psicología ética es repensar la noción misma de humanidad.
La Psicología, como ciencia del comportamiento humano, ha sido tradicionalmente vista como una disciplina comprometida con el bienestar individual. Sin embargo, en La Psicología como engaño: ¿Adaptar o subvertir?, Edgar Barrero Cuéllar desmonta esta imagen y expone una profunda crisis de legitimidad que afecta no solo a la Psicología colombiana, sino a toda la región latinoamericana. A lo largo del texto, el autor plantea una tesis contundente: la Psicología, lejos de ser una ciencia neutra, ha sido cómplice cuando no protagonista de procesos históricos de opresión, exclusión y silenciamiento. Frente a esto, propone una alternativa ética, política y profundamente latinoamericana: una Psicología que no se limite a adaptar al sujeto a un orden injusto, sino que se atreva a subvertir.
La llegada de la Psicología a Colombia en 1947 coincidió con el inicio de La Violencia, una etapa marcada por atrocidades y masacres que definieron la historia del país. Mientras la literatura, la sociología o la antropología abordaban estos sucesos, la Psicología guardaba silencio. Este gesto, que Barrero denomina el "síndrome de la mirada extraviada", se convirtió en una constante: una disciplina que, pese a su vocación humanista, no se hizo cargo del dolor colectivo, ni del impacto psicosocial de los conflictos políticos.
La omisión de la Psicología frente a la violencia estructural no es casual. Barrero sostiene que se trata de una decisión política disfrazada de neutralidad. La Psicología dominante, al adoptar paradigmas europeos y norteamericanos, terminó sirviendo a los intereses del poder, más preocupada por generar diagnósticos clínicos que por intervenir en contextos de injusticia. Esta despolitización intencionada ha convertido a la Psicología en lo que el autor califica como una "ciencia del engaño": una disciplina que, en lugar de transformar el sufrimiento social, lo patologiza, lo individualiza y lo despoja de su dimensión histórica.
Uno de los ejes centrales del ensayo de Barrero es la denuncia de la colonización epistemológica que ha sufrido la Psicología latinoamericana. La mayoría de las corrientes teóricas y metodológicas provienen del Norte global, y son aplicadas sin cuestionamientos en contextos radicalmente distintos. Esta práctica ha invisibilizado los saberes locales, deslegitimado los conocimientos ancestrales y convertido al psicólogo en un operador técnico al servicio de modelos de desarrollo ajenos a la realidad latinoamericana.
Esta crítica se sostiene con fuerza en el análisis que el autor realiza sobre los grupos de investigación registrados en Colciencias (hoy Min Ciencias). De los 122 grupos evaluados en 2016, muy pocos abordan problemáticas asociadas a la violencia política, el desplazamiento forzado o la memoria colectiva. La mayoría se centra en líneas de investigación funcionales al mercado, alejadas de los conflictos estructurales que atraviesan a millones de personas. El resultado: una Psicología desvinculada del pueblo, desconectada de las realidades populares y funcional a un modelo neoliberal que convierte al sujeto en cliente y al sufrimiento en mercancía.
Frente a esta situación, Barrero plantea una disyuntiva radical: ¿adaptar o subvertir? La adaptación implica reproducir el statu quo, consolidar una Psicología que legitima las jerarquías sociales, que busca "normalizar" al sujeto en función de criterios de productividad y obediencia. La subversión, en cambio, implica cuestionar la raíz misma del orden social injusto, romper con la Psicología domesticada y construir una alternativa desde el Sur, con y para los oprimidos.
Esta opción subversiva se enmarca en lo que el autor denomina una Psicología de la liberación, inspirada en pensadores como Ignacio Martín-Baró y Enrique Dussel. Se trata de una Psicología que no solo analiza la realidad, sino que se compromete con transformarla. Una Psicología que no teme asumir su dimensión política, que reconoce que todo conocimiento implica una toma de partido y que busca reconfigurar su praxis en función de los principios de justicia social, dignidad y emancipación.
Barrero propone una serie de principios ético-políticos que deberían orientar esta nueva Psicología latinoamericana. Entre ellos destacan: el compromiso con el buen vivir colectivo; la defensa del territorio, la soberanía y la autonomía de los pueblos; la descolonización intelectual, afectiva y espiritual; y la lucha por la inclusión efectiva de las diversidades.
Sin embargo, el autor no se queda en lo abstracto. Señala con claridad las contradicciones internas que impiden que esta transformación se materialice. La principal: la brecha entre el discurso y la práctica. Muchas corrientes "críticas" dentro de la Psicología replican, de forma inconsciente, las mismas lógicas de exclusión y autoritarismo que denuncian. Hablan de cambio, pero actúan desde el privilegio. Proclaman la liberación, pero se resisten a renunciar a sus cuotas de poder. La coherencia, en este sentido, se convierte en un imperativo ético: no hay transformación sin autocrítica, ni liberación sin renuncia al narcisismo académico.
El último capítulo del libro se enfoca en la formación de psicólogas y psicólogos. Aquí Barrero plantea una tesis contundente: no habrá cambio estructural en la Psicología si no transformamos profundamente la forma en que se enseña. La formación actual reproduce una lógica colonial, centrada en el rendimiento individual, el saber técnico y la obediencia institucional. Frente a esto, el autor propone una pedagogía ética, crítica y colectiva, que forme profesionales capaces de pensar desde el Sur, trabajar con las comunidades y actuar políticamente desde la dignidad humana.
Esta formación también debe incluir una ruptura con la "razón indolente", término tomado de Boaventura de Sousa Santos para describir una racionalidad que naturaliza la injusticia, despolitiza el sufrimiento y renuncia a imaginar mundos posibles. Según Barrero, la Psicología debe recuperar su capacidad utópica, es decir, su potencial para imaginar y construir realidades más justas. Esta utopía no es una fantasía ingenua, sino una praxis transformadora que se inscribe en la historia y en la lucha de los pueblos por su dignidad.
La Psicología como engaño no es solo una crítica a una disciplina; es una crítica a una forma de estar en el mundo. Barrero nos interpela no solo como profesionales, sino como ciudadanos, como seres humanos. Su propuesta es radical porque no busca maquillar la Psicología dominante, sino transformarla desde la raíz. En este proceso, cada psicóloga y psicólogo debe preguntarse: ¿para qué y para quién trabajo? ¿Qué intereses representa? ¿Estoy ayudando a liberar o a domesticar?
El gran mérito del libro es que no se queda en la denuncia, sino que apuesta por la construcción. Frente a una Psicología que ha servido al poder, Barrero propone una Psicología al servicio de la vida. Una Psicología que no tenga miedo de ser crítica, comprometida y coherente. Una Psicología que no se conforme con explicar el sufrimiento, sino que luche activamente por erradicarlo.
Adaptar es seguir el camino cómodo. Subvertir es asumir la incomodidad del cambio. Si la Psicología quiere recuperar su legitimidad y su sentido, no tiene otra opción que dejar de mirar hacia otro lado y comenzar a mirar de frente a la historia, al dolor y a la esperanza de los pueblos que claman por justicia.
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