Happycracia: la ilusión del bienestar como herramienta de control social

En las últimas décadas, el discurso sobre la felicidad ha adquirido un lugar central en la vida cotidiana, las políticas públicas, la educación y la cultura del trabajo. Desde las redes sociales hasta los programas de gobierno, se promueve una idea universal de felicidad, individualista y autosuficiente, como objetivo supremo de la vida humana. Sin embargo, este ideal aparentemente inofensivo y deseable es problematizado en Happycracia, un ensayo escrito por Edgar Cabanas y Eva Illouz. El texto es una crítica rigurosa y provocadora al discurso dominante de la felicidad promovido por la psicología positiva, el coaching, la autoayuda y las industrias asociadas. En este ensayo analizaremos los principales argumentos del libro, sus implicaciones sociales y psicológicas, y cómo el ideal de la felicidad se ha convertido en una poderosa herramienta de control que oculta las desigualdades estructurales bajo una retórica de responsabilidad individual.
Cabanas e Illouz sitúan el origen de la “happycracia” en el auge de la psicología positiva a finales del siglo XX, en particular a partir del trabajo de Martin Seligman, quien reorientó la psicología hacia el estudio de las emociones positivas, el optimismo, la gratitud y el bienestar subjetivo. Esta corriente, inicialmente concebida con intenciones terapéuticas, se transformó rápidamente en una ideología dominante que traspasó los límites de la ciencia y penetró en el ámbito económico, político y educativo. La psicología positiva se convirtió en la columna vertebral de la industria de la autoayuda y del coaching motivacional, generando un mercado millonario de libros, conferencias, aplicaciones móviles y programas de entrenamiento para ser feliz.
Según los autores, este proceso estuvo acompañado de un vaciamiento de la dimensión política y relacional del malestar humano. En lugar de analizar las condiciones sociales que generan sufrimiento como la pobreza, la desigualdad, la precariedad laboral o la discriminación, el discurso de la felicidad se centra en la actitud personal, el pensamiento positivo y la resiliencia como claves para una vida plena. Así, la felicidad se convierte en un asunto privado y moral, donde el fracaso se interpreta como incapacidad individual para gestionar las emociones o adoptar una mentalidad adecuada.
Uno de los principales aportes de Happycracia es el análisis del vínculo entre el discurso de la felicidad y el modelo económico neoliberal. En este sistema, el individuo es considerado una empresa de sí mismo, un emprendedor de su vida emocional que debe optimizar sus recursos internos para alcanzar sus metas. El sujeto ideal es autónomo, adaptable, resiliente y entusiasta, alguien que ve las dificultades como oportunidades de crecimiento y que nunca cuestiona el sistema, sino que trabaja constantemente en sí mismo para encajar en él.
Este tipo de subjetividad no solo es funcional al mercado laboral que exige flexibilidad, motivación y ausencia de conflicto, sino que también neutraliza las demandas colectivas. Al responsabilizar al individuo de su felicidad, se invisibilizan los factores estructurales que determinan el bienestar, como el acceso a la salud, la vivienda, la educación o la estabilidad económica. La tristeza, el desánimo y el descontento se patologizan o se consideran fallas personales, eliminando su potencial político. En lugar de protestar contra las condiciones injustas, el sujeto feliz debe trabajar en su actitud, su dieta, su rutina de ejercicios y su “mindset”.
La llamada “industria del bienestar” está compuesta por una extensa red de productos, servicios y discursos que ofrecen soluciones rápidas y estandarizadas a los problemas existenciales de la vida moderna. Libros de autoayuda, terapias alternativas, retiros espirituales, influencers motivacionales, talleres de inteligencia emocional y aplicaciones de meditación forman parte de este conglomerado que promueve una idea homogénea y normativa de felicidad: una mezcla de serenidad, productividad, gratitud, sonrisa constante y autoaceptación superficial.
Los autores critican que esta industria, lejos de empoderar, muchas veces culpabiliza y aliena. Al prometer felicidad inmediata y universal, genera frustración en quienes no logran alcanzarla. Además, impone un ideal que no contempla la diversidad cultural, económica o psicológica de las personas. Las soluciones que ofrece son fragmentadas, despolitizadas y dirigidas al consumo. En lugar de transformar las causas profundas del sufrimiento, se limitan a aliviar sus síntomas mediante recetas simplificadas.
El coaching se ha convertido en una herramienta omnipresente, aplicada a la empresa, la educación, el deporte, la salud y hasta la vida amorosa. Su lógica consiste en identificar un objetivo y trazar un camino claro, medible y positivo para alcanzarlo. El coach no ofrece respuestas, sino que acompaña al cliente a encontrar su “potencial oculto”. Aunque en apariencia esto parece empoderador, Cabanas e Illouz advierten que esta lógica es profundamente disciplinaria: moldea comportamientos, impone metas de éxito y refuerza la autoexplotación.
Asimismo, los libros de autoayuda y sus mensajes motivacionales funcionan como sermones laicos de la moral neoliberal. Frases como “si lo deseas, puedes lograrlo” o “sé la mejor versión de ti mismo” refuerzan la idea de que todo depende del esfuerzo individual, omitiendo las barreras sociales y económicas que impiden alcanzar ciertos objetivos. El éxito y el fracaso se individualizan, reforzando un modelo meritocrático que castiga la diferencia, la fragilidad o el conflicto.
Uno de los conceptos más potentes del libro es el de la felicidad como mandato. En la actualidad, no basta con estar bien, hay que parecerlo. Las redes sociales amplifican esta exigencia al mostrar vidas editadas y emocionalmente higienizadas, donde la tristeza, la duda o el enfado no tienen lugar. Se espera que las personas estén siempre optimistas, agradecidas y alineadas con el espíritu positivo del momento. Esta presión por ser feliz genera ansiedad, desconexión emocional y una sensación constante de insuficiencia.
Además, el mandato de felicidad impide procesar las emociones negativas de forma saludable. El miedo, la rabia, la angustia o la tristeza son experiencias humanas necesarias, que permiten elaborar el dolor, cuestionar las circunstancias o generar cambios significativos. Cuando estas emociones se ven como errores o como amenazas a la productividad y la armonía social, se patologizan o se reprimen, generando mayor sufrimiento.
Happycracia no solo es una crítica cultural, sino también una advertencia política. Al promover una idea privatizada y descontextualizada del bienestar, se desactiva la capacidad crítica y se limita la acción colectiva. Un pueblo feliz, agradecido y autoabsorbido es un pueblo menos conflictivo, menos organizado y menos exigente. Las políticas públicas orientadas al bienestar emocional, sin acompañamiento de justicia social, pueden convertirse en instrumentos de legitimación de la desigualdad.
El libro invita a repensar el papel de las emociones en la vida pública. En lugar de promover la felicidad como norma, propone recuperar la importancia de la empatía, el disenso, la indignación y el compromiso. Se trata de rescatar una visión más compleja y humana del bienestar, que reconozca las emociones como respuesta a contextos reales, y que promueva formas colectivas de cuidado, justicia y transformación social.
Happycracia es una obra provocadora, lúcida y necesaria en un mundo obsesionado con el bienestar emocional. Al desnudar las raíces ideológicas del discurso de la felicidad, Edgar Cabanas y Eva Illouz nos invitan a cuestionar no solo cómo vivimos, sino también para quién vivimos y con qué propósito. Lejos de oponerse a la felicidad en sí misma, el libro alerta sobre su instrumentalización como forma de control y domesticación del sujeto.
En lugar de buscar una felicidad prescrita y estandarizada, los autores proponen una vida emocional más auténtica, crítica y solidaria. En un tiempo en el que la autoayuda y el coaching parecen ofrecer respuestas rápidas, Happycracia nos recuerda la importancia de pensar, de dudar, y sobre todo, de no confundir bienestar con conformismo. La verdadera liberación emocional no está en adaptarse mejor al sistema, sino en imaginar otros modos posibles de vivir, sentir y convivir.
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