La necropolítica: el poder de decidir quién vive y quién muere
Michel Foucault, en sus estudios sobre biopolítica, ya había establecido que el poder moderno se ejerce sobre la vida, a través de la administración de los cuerpos, la salud, la sexualidad y la natalidad. Sin embargo, Mbembe sostiene que el análisis foucaultiano es insuficiente para explicar ciertos regímenes de violencia extrema, como los del apartheid sudafricano, la ocupación en Palestina, las guerras coloniales o el genocidio.
Mbembe introduce la necropolítica para describir cómo el poder soberano se ejerce también mediante la exposición de ciertos cuerpos a la muerte, ya no solo regulando la vida, sino decidiendo activamente qué vidas son desechables. En lugar de un biopoder que cuida la vida, el necropoder produce espacios de muerte: campos de concentración, guetos, territorios ocupados, cárceles masificadas, zonas de guerra.
Este poder no se limita al Estado-nación moderno. Actores como ejércitos privados, milicias, corporaciones y redes criminales también participan en esta gestión de la muerte. Mbembe señala que, en muchos contextos, los límites entre guerra, política y economía son difusos, y el control de la vida se vuelve indistinguible del derecho a matar. Uno de los aportes más fuertes del texto es la relación entre necropolítica y colonialismo. Mbembe argumenta que las lógicas coloniales sentaron las bases para el ejercicio necropolítico: el dominio de territorios exóticos y poblaciones consideradas "inferiores" permitió justificar la violencia, el control total de los cuerpos y la legitimación del exterminio como forma de gobernar.
En la colonia, el sujeto colonizado es visto como no completamente humano, como un ser viviente pero prescindible. La frontera entre la vida y la muerte es difusa, y los mecanismos de control como la segregación espacial, el uso excesivo de la fuerza o la suspensión de derechos se normalizan. Así, la racialización se vuelve un instrumento clave para decidir quién merece vivir y quién puede ser eliminado. Mbembe menciona el apartheid en Sudáfrica como ejemplo extremo de un sistema necropolítico que articula tecnología, burocracia, espacio y discurso legal para controlar y someter cuerpos racializados. Pero también se refiere a los territorios palestinos ocupados, donde la lógica de "guerra permanente" permite suspender la legalidad y justificar la violencia indiscriminada. En este marco, el poder soberano ya no se define solo por el monopolio de la violencia legítima, sino por el derecho a decidir sobre la muerte. Esto implica una transformación profunda del significado de soberanía. En lugar de proteger la vida, el soberano contemporáneo puede organizar la muerte, y hacerlo de manera "racional", estratégica y legitimada.
Mbembe analiza cómo, en la modernidad tardía, este poder se ha vuelto más difuso y descentralizado. La guerra se ha privatizado, el enemigo no siempre es claro, y los territorios se convierten en zonas grises donde los derechos no aplican. La soberanía ya no es exclusivamente estatal: múltiples actores reclaman el derecho a matar en nombre de la seguridad, la religión, el mercado o la tradición. La lógica necropolítica produce cuerpos vulnerables, descartables y asesinables, pero también cuerpos resistentes. Mbembe reconoce que los pueblos oprimidos, aunque sometidos al terror, también desarrollan formas de resistencia simbólica y física frente a la violencia sistémica.
En el análisis de Mbembe, el cuerpo ocupa un lugar central. Ya no se trata solo de administrar poblaciones, como en la biopolítica, sino de someter los cuerpos a un estado de permanente vulnerabilidad. El cuerpo colonizado, racializado o enemigo es reducido a una zona de experimentación, de sufrimiento, de vigilancia o desaparición.
En contextos necropolíticos, como Gaza, los cuerpos son expuestos continuamente al riesgo de muerte sin que exista protección legal o moral. Mbembe retoma también el concepto de "vida indigna de ser vivida", que los regímenes totalitarios como el nazismo utilizaron para justificar el exterminio. Esta idea reaparece en muchas formas modernas de discriminación, como el trato a migrantes, refugiados, personas negras o pobres en sociedades estructuralmente desiguales.
Así, la necropolítica convierte el cuerpo en un terreno donde se inscriben las jerarquías del poder, la violencia y el racismo. Incluso en tiempos de paz aparente, la amenaza de muerte ya sea por balas, hambre, enfermedad, exclusión o encarcelamiento persiste como forma de control. Mbembe no se limita a la historia colonial. Examina cómo la necropolítica opera también en el presente, especialmente en los sistemas neoliberales que profundizan las desigualdades y promueven un individualismo competitivo y desecante. En estos sistemas, la vida de los pobres, los migrantes, los racializados o los presos pierde valor.
Las fronteras se militarizan. Las guerras ya no se libran entre Estados, sino entre "enemigos" abstractos: terroristas, narcos, insurgentes, "ilegales". Los dispositivos tecnológicos de vigilancia y castigo se perfeccionan. Y al mismo tiempo, el capitalismo global convierte la vida en mercancía, pero una mercancía que puede desecharse cuando deja de ser útil. En este sentido, la necropolítica no es solo una forma extrema de poder, sino una lógica estructural del mundo contemporáneo. Y es urgente visibilizarle, denunciarle y resistirla.
Achille Mbembe, con su concepto de necropolítica, nos invita a repensar críticamente las formas en que el poder decide sobre la vida y la muerte en las sociedades modernas y poscoloniales. Frente a una biopolítica centrada en la administración de la vida, la necropolítica nos muestra cómo ciertos cuerpos, grupos y territorios son sistemáticamente expuestos a la destrucción, ya sea por medio de la guerra, el racismo, la exclusión o la indiferencia estatal.
En un mundo donde el control ya no se ejerce sólo a través de instituciones formales, sino mediante redes difusas de violencia, tecnología y economía, es fundamental cuestionar qué vidas valen y qué vidas se consideran sacrificables. Mbembe nos obliga a mirar de frente las heridas del colonialismo, la persistencia del racismo y las nuevas formas de soberanía que se esconden tras discursos de seguridad, progreso o eficiencia.
La necropolítica, entonces, no es una teoría abstracta, sino una herramienta poderosa para analizar y resistir las prácticas cotidianas de deshumanización. Entenderla es el primer paso para construir un mundo donde la vida, toda vida, sea digna de ser vivida.