La Interculturalidad según Josef Estermann: Entre el Reconocimiento y la Transformación
En un mundo cada vez más globalizado, la convivencia entre culturas ha devenido en una realidad inevitable, pero no por ello sencilla. La interculturalidad se presenta como una necesidad y, al mismo tiempo, como un desafío profundo para nuestras formas de pensar, sentir y convivir. Josef Estermann, filósofo suizo radicado en América Latina, ofrece una propuesta que trasciende las nociones liberales de tolerancia y diálogo superficial. Su concepción de la interculturalidad implica una transformación radical del pensamiento y las estructuras sociales dominantes. Este ensayo explora las ideas fundamentales de Estermann, sus críticas al enfoque occidental y su propuesta para una auténtica vivencia de la diversidad cultural.
Para Estermann, la interculturalidad no es simplemente una coexistencia armónica entre culturas ni una suma de particularidades culturales. Se trata de una categoría epistemológica, ética y política que cuestiona el modelo monocultural dominante, particularmente el occidental, y apuesta por relaciones horizontales entre culturas diversas. Esta perspectiva se opone tanto al asimilacionismo como al multiculturalismo liberal, por considerar que ambos terminan subordinando las culturas subalternas a los códigos de la modernidad occidental . Una parte fundamental del planteamiento de Estermann es su crítica a la racionalidad moderna, la cual se presenta como universal pero que en realidad es etnocéntrica. Desde esta perspectiva, el pensamiento occidental ha reducido la razón a una lógica instrumental, dualista y excluyente. Este modelo ha sido impuesto como norma a través de procesos coloniales y neocoloniales que deslegitimaron otros modos de conocer y de ser en el mundo.
Uno de los aportes más significativos de Estermann es su revalorización del pensamiento andino como fuente de saber y alternativa al modelo occidental. En su obra, muestra cómo en la cosmovisión andina predominan principios como la complementariedad, la relacionalidad y la circularidad, en contraposición con el individualismo, la separación sujeto-objeto y la linealidad del pensamiento moderno. Estermann critica la concepción liberal del diálogo intercultural basada en la tolerancia, porque esta postura mantiene intacto el poder hegemónico. La tolerancia, dice, es siempre otorgada desde una posición de superioridad: quien tolera lo hace desde un supuesto centro normativo. En cambio, el diálogo intercultural debe ser simétrico, implicar autocrítica y disposición a ser transformado por el otro.
La dimensión política de la interculturalidad es central en la propuesta de Estermann. Vivir la diversidad no puede ser un ejercicio puramente cultural o simbólico; debe implicar una transformación estructural de las relaciones de poder. Esto requiere repensar las instituciones, los sistemas educativos, las políticas públicas y los marcos jurídicos desde una lógica plural.
Otro aspecto destacado del pensamiento de Estermann es su propuesta de una ética relacional, basada en el principio de reciprocidad y cuidado mutuo. Esta ética no se fundamenta en normas universales abstractas, sino en vínculos concretos entre seres humanos y entre estos y la naturaleza. La responsabilidad no se define desde un deber legal, sino desde una lógica de vida interconectada.
El pensamiento intercultural de Estermann plantea desafíos profundos para la academia, las iglesias, los movimientos sociales y los Estados. No se trata solo de incorporar discursos indígenas, sino de transformar las estructuras mismas del saber y del poder. Esto implica revisar los currículos educativos, descolonizar las metodologías científicas y generar espacios reales de participación para los saberes subalternos. Josef Estermann nos invita a repensar radicalmente nuestra forma de relacionarnos con la diversidad. Su propuesta de interculturalidad no se queda en la superficie del diálogo o la convivencia, sino que exige una transformación de fondo en nuestras epistemologías, estructuras políticas y éticas relacionales. Frente a los retos de un mundo marcado por el conflicto cultural y la desigualdad, su pensamiento ofrece claves valiosas para construir una sociedad verdaderamente plural, en la que la diferencia no sea motivo de exclusión, sino de creación conjunta.
El autor distingue entre tres niveles de interculturalidad: el nivel pragmático (la convivencia cotidiana entre personas de diferentes culturas), el nivel académico (el diálogo entre saberes) y el nivel político-estructural (la transformación de las relaciones de poder). La verdadera interculturalidad no puede darse sin abordar este último nivel, donde las desigualdades históricas y las formas de colonialismo interno deben ser desmanteladas .
Estermann señala que la razón moderna ha invisibilizado los saberes ancestrales, los modos comunitarios de vida y las cosmovisiones indígenas. El proyecto de la modernidad, lejos de ser neutral, ha sido históricamente violento y totalizador. La interculturalidad, entonces, implica también un giro decolonial, es decir, una ruptura con el paradigma epistémico colonial para abrir paso a otras formas de racionalidad y espiritualidad . Estos principios se reflejan en conceptos como el ayni (reciprocidad), la chakana (símbolo de equilibrio y conexión entre mundos), y la Pachamama (Madre Tierra como entidad viviente). Estos saberes no son meras expresiones culturales, sino formas integrales de comprender la existencia, el tiempo, el cuerpo, la comunidad y el universo. Así, la interculturalidad implica reconocer estas formas como válidas y necesarias para construir un mundo más justo y equilibrado .
El diálogo auténtico no se basa en la simple comunicación, sino en la apertura ontológica y epistémica. Implica la disposición a cuestionar los propios marcos culturales y a construir, conjuntamente, nuevos horizontes de sentido. De este modo, el diálogo no busca un consenso forzado ni una síntesis totalizadora, sino una convivencia conflictiva pero creativa, en la que las diferencias no se eliminan, sino que se convierten en fuente de enriquecimiento mutuo . En este sentido, Estermann propone el concepto de Estado plurinacional e intercultural, en el que se reconozcan no solo los derechos de los pueblos originarios, sino también sus formas de organización, justicia, medicina, economía y espiritualidad. El caso de Bolivia, con su Constitución de 2009, es un ejemplo que el autor analiza como avance hacia un modelo más justo, aunque advierte que aún existen resistencias coloniales dentro del aparato estatal .
Esta ética se distancia tanto del utilitarismo como del deontologismo occidental. Se trata de una ética situada, sensible a los contextos y comprometida con la vida. En la cosmovisión andina, la vida buena o sumak kawsay no se concibe como acumulación de bienes o éxito individual, sino como armonía en las relaciones con la comunidad, la naturaleza y el cosmos .
Uno de los riesgos señalados por el autor es la folklorización de la interculturalidad, es decir, su reducción a expresiones culturales estéticas sin impacto en las estructuras sociales. También advierte sobre la apropiación neoliberal de la diversidad cultural, que la convierte en mercancía para el consumo. Frente a ello, Estermann insiste en la necesidad de una interculturalidad crítica, que no solo celebre la diversidad, sino que cuestione las injusticias que impiden su vivencia plena .
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