Silvio Rodríguez y el derecho de vivir desde el asombro y la pasión
En un tiempo que exalta la lógica, la eficiencia y el control emocional, Silvio Rodríguez se atreve a cantar a favor de la locura. Pero no de cualquier locura, sino de esa que nace del amor, del asombro, del deseo de vivir sin las cadenas del deber. Locuras, una canción menos conocida pero profundamente humana, reivindica la libertad de sentir con intensidad, de mirar el mundo con los ojos del alma, y de escapar –aunque sea un rato– de las normas que nos domestican.
La canción abre con una advertencia irónica: “A menudo los hijos se nos parecen”. Lo que sigue es una narración breve y entrañable de las “locuras” que una persona hace por amor, por ternura, por fe en lo imposible. El título puede engañar: Locuras no se refiere al delirio clínico, sino a esas decisiones que parecen absurdas desde la lógica, pero que resultan profundamente verdaderas desde la emoción. Porque, como sugiere Silvio, muchas de las cosas más valiosas que hacemos en la vida no tienen justificación racional: amar, confiar, esperar, cuidar.
En este tema, el cantautor cubano se despoja del tono ideológico que caracteriza otras de sus obras, y nos presenta su costado más íntimo. Nos habla desde el corazón de quien ha sentido, ha perdido, ha reído sin motivo y ha llorado por algo que ni él mismo entiende. “Yo no sé por qué pienso tanto en ti”, podría decir el narrador implícito de esta canción. Esa es la esencia de Locuras: aceptar que no todo debe tener explicación, y que hay belleza en lo inexplicable.
Desde lo musical, Locuras se sostiene sobre una estructura sencilla, casi acústica, que refuerza su tono confesional. Es una canción que se canta al oído, no al estrado. Su delicadeza no oculta su profundidad: es una invitación a recuperar lo más puro del sentir humano, sin miedo al juicio ajeno ni al ridículo.
Pero Locuras también se puede leer como una crítica sutil a la racionalización excesiva de la vida moderna. Vivimos rodeados de fórmulas, manuales y algoritmos. Nos enseñan a medir el amor, a planificar la felicidad, a controlar el riesgo emocional. Frente a eso, Silvio nos dice que está bien no entender, que está bien perderse un poco, que vale la pena saltar sin red si el corazón así lo siente. No es una apología de la irresponsabilidad, sino un llamado a no apagar la chispa que nos conecta con lo espontáneo, con lo impredecible, con lo humano.
Locuras nos recuerda que no hay nada más cuerdo que permitirse momentos de locura. Que en un mundo que nos quiere eficientes y previsibles, es revolucionario bailar sin música, escribir cartas que no enviaremos o amar sin garantías. Porque, al final, no recordamos los días perfectos, sino las veces que nos salimos del guión y fuimos genuinamente nosotros mismos.
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