martes, 29 de abril de 2025

ENRIQUE DUSSEL

Enrique Dussel (1934-2023) fue un filósofo argentino-mexicano fundamental para comprender las raíces coloniales del pensamiento occidental y para proponer alternativas desde América Latina. Su obra atraviesa múltiples dimensiones, desde una crítica radical a la modernidad eurocéntrica hasta la construcción de una filosofía política, ética e histórica desde la periférica. En este artículo explicaremos sus principales aportes en torno a seis conceptos clave: modernidad, colonialidad, posmodernidad, pensamiento decolonial, transmodernidad y alteridad.




Enrique Dussel propone una revisión profunda del concepto de modernidad. Para él, la modernidad no comienza con el Renacimiento ni con la Ilustración, como sugiere la historia eurocéntrica, sino con el proceso de conquista de América iniciado en 1492. Desde esta perspectiva, la modernidad se constituye como un proyecto civilizatorio basado en la exclusión, la violencia y el ocultamiento de los otros pueblos del mundo. El relato hegemónico presenta la modernidad como el inicio del progreso, la razón y la ciencia, pero en realidad, dice Dussel, fue posible gracias a un acto fundacional de violencia: la colonización. Es decir, Europa pudo convertirse en centro del mundo gracias al saqueo de América, África y Asia, construyendo así una imagen de sí misma como superior, racional y universal. Este autoengaño encubre su verdadero origen colonial y violento. Por lo tanto, la modernidad es al mismo tiempo emancipadora para unos y opresiva para muchos otros. La crítica de Dussel se dirige a desenmascarar esa dualidad histórica y epistemológica que ha sido sistemáticamente ignorada en las filosofías tradicionales.

El concepto de colonialidad aparece en la obra de Dussel como una categoría central para comprender la persistencia del sistema moderno/colonial más allá del fin del colonialismo formal. Mientras el colonialismo se refiere a las estructuras administrativas y políticas de dominación directa, la colonialidad se refiere al patrón de poder que continúa operando en el presente a través de la subordinación racial, epistémica, económica y cultural de los pueblos anteriormente colonizados. La colonialidad implica que incluso después de la independencia política, los países del sur global siguen dependiendo de las estructuras impuestas por el centro occidental. Dussel sostiene que esta colonialidad afecta no solo a las instituciones, sino a los modos de pensar, de ser y de saber. Es decir, la colonialidad del poder, del saber y del ser mantiene la jerarquía global entre centro y periferia, entre lo moderno y lo tradicional, entre lo civilizado y lo bárbaro. Esta estructura sigue siendo funcional al capitalismo global y reproduce la exclusión, la marginalización y el silenciamiento de los pueblos no occidentales.

Frente a las promesas fallidas de la modernidad, surgió en Europa la posmodernidad como una crítica al racionalismo, al progreso y a las grandes narrativas. Dussel reconoce que la posmodernidad tiene el mérito de cuestionar los fundamentos de la modernidad, pero señala que su crítica sigue siendo interna al mundo europeo. Es decir, la posmodernidad es una autocrítica que Europa se hace a sí misma, sin incluir en su horizonte a los pueblos colonizados ni reconocer la historia de la opresión. La posmodernidad rompe con el sujeto moderno, pero no reconoce al otro como sujeto pleno. Para Dussel, la posmodernidad es insuficiente porque no va más allá del eurocentrismo, y no ofrece una salida real a las estructuras de dominación global. Es más, muchas veces la posmodernidad aparece como una sofisticación teórica que ignora las luchas concretas de los pueblos del sur. En lugar de abrirse al diálogo con otras racionalidades, la posmodernidad cae en un relativismo estético o en un escepticismo paralizante. Dussel propone que necesitamos una crítica más radical que parta no desde el desencanto europeo, sino desde las experiencias históricas de los oprimidos.

A partir de esa necesidad, se desarrolla el pensamiento decolonial, una corriente crítica que, siguiendo las pistas de Dussel, busca desmantelar la estructura colonial del saber y del poder. El pensamiento decolonial no es solo una crítica al colonialismo histórico, sino un proyecto que apunta a construir un nuevo horizonte epistémico, político y ético desde la experiencia de los pueblos colonizados. Dussel plantea que es necesario pensar desde la exterioridad del sistema moderno/colonial. Esta exterioridad no es un lugar geográfico solamente, sino una posición de crítica radical desde los márgenes. A diferencia de las filosofías críticas europeas, el pensamiento decolonial se ancla en la memoria de la conquista, en la resistencia de los pueblos originarios y en la pluralidad de saberes. Se trata de una ruptura con la pretensión universal del pensamiento occidental, y una afirmación de la dignidad de otras formas de vida, conocimiento y organización social. En este marco, Dussel propone una filosofía de la liberación que parte de la alteridad y del sufrimiento de las víctimas históricas de la modernidad, con el objetivo de construir alternativas reales al modelo civilizatorio dominante.

La transmodernidad es la propuesta más propositiva y visionaria de Dussel. No se trata solo de criticar la modernidad, como hacen los posmodernos, ni de oponerse a ella frontalmente, como los antimodernos, sino de trascenderla integrando sus logros legítimos con los aportes de las culturas oprimidas. La transmodernidad implica una apertura a un diálogo mundial de saberes, en el que se reconozcan la ciencia y la tecnología modernas, pero se les sitúe dentro de un horizonte más amplio, donde también cuenten las cosmovisiones indígenas, los saberes ancestrales, las economías del cuidado y las espiritualidades no occidentales. Es un proyecto político y ético que busca un orden mundial basado en la justicia, la equidad y la pluralidad. Dussel propone que el futuro no debe ser la expansión de la modernidad occidental, sino un nuevo tipo de civilización donde coexistan múltiples formas de ser y pensar. La transmodernidad, por tanto, es la superación creativa y dialógica de la modernidad desde sus víctimas históricas, y la construcción de un mundo verdaderamente intercultural, pluriversal y solidario.

Finalmente, la alteridad es el núcleo ético del pensamiento de Dussel. Frente al sujeto moderno, cerrado en sí mismo y autosuficiente, Dussel propone un sujeto abierto al otro, constituido en relación y responsabilidad. La alteridad no es un concepto abstracto, sino una experiencia concreta del otro que sufre, que es marginado, que es excluido. Este otro es el rostro indígena, el cuerpo empobrecido, la mujer racializada, el migrante precarizado. La ética de la liberación que propone Dussel parte del reconocimiento de ese otro como sujeto pleno de dignidad y de derechos. La alteridad implica una ruptura con el egoísmo moderno y la apertura a una comunidad en la que el bien del otro es el punto de partida de toda acción ética. No hay ética verdadera sin el reconocimiento radical de la injusticia, sin escuchar al otro y sin responder a su llamado. Por eso, la alteridad no es un concepto más, sino la clave de una nueva racionalidad que desborda el pensamiento occidental y se arraiga en la experiencia histórica de los pueblos oprimidos.



Referencias:

Dussel, E. (1994). 1492: El encubrimiento del Otro. Hacia el origen del “mito de la modernidad”. Editorial Nueva Utopía.

Dussel, E. (1998). Ética de la liberación en la edad de la globalización y la exclusión. Editorial Trotta.

Dussel, E. (2000). Filosofía de la liberación. Fondo de Cultura Económica.

Dussel, E. (2006). La política de la liberación: Historia mundial y crítica. Editorial Trotta.

Dussel, E. (2007). Materiales para una política de la liberación. Editorial Universidad del Valle.

domingo, 27 de abril de 2025

PSICOLOGÍA DE LA LIBERACIÓN

 




LA PSICOLOGÍA, LA LIBERACIÓN Y EL PENSAMIENTO LATINOAMERICANO DE HOY

 
"Sembrar en tierra fértil: Ignacio Martín-Baró y la siembra de una psicología para la vida"


“La lucha continuará mientras haya un sistema que genere desigualdades” Ignacio Martín-Baró.



En un mundo donde las ciencias humanas corren el riesgo de volverse meras herramientas técnicas, Ignacio Martín-Baró nos dejó un legado inmenso: sembrar esperanza donde la desesperanza parecía inevitable. 
Su propuesta no fue sólo teórica; fue profundamente vivencial, tejida con la historia doliente de nuestros pueblos latinoamericanos. Hablar de Martín-Baró es hablar de una psicología con rostro, con manos curtidas de trabajar, con pies descalzos que conocen la tierra. Es hablar de un hombre que no se conformó con entender la opresión: quiso acompañar a los oprimidos en su liberación. Su idea de una “psicología de la liberación” fue, y sigue siendo, una semilla sembrada en un suelo fértil: la memoria viva de América Latina. Martín-Baró entendió algo que a menudo olvidamos en la academia: el sufrimiento humano no es un dato estadístico. Nacido en España, pero latinoamericano por elección y compromiso, Ignacio vivió y murió en El Salvador, tierra azotada por la violencia estructural y la desigualdad.
Él observaba que la psicología tradicional, importada de modelos anglosajones, era ciega ante el dolor social. ¿Cómo podía hablarse de autoestima, de motivación o de salud mental, sin tocar la pobreza, la exclusión, la violencia política? Para Martín-Baró, no había verdadera psicología sin compromiso social. Así nació su idea: una psicología que no solo estudia a los seres humanos, sino que se compromete con ellos. No basta con analizar el trauma individual; hay que entender el "trauma psicosocial" que lastima a sociedades enteras.
El concepto que atraviesa su legado es claro: la liberación es una praxis, no una teoría abstracta. La psicología de la liberación es, ante todo, una apuesta ética y política que nos recuerda que sanar a los pueblos es inseparable de dignificar sus luchas. Martín-Baró no concebía la psicología como un saber neutro. Para él, cada ciencia lleva implícita una elección política: ponerse al servicio del statu quo o al servicio de la transformación social. Su propuesta es profundamente ética:
En su mirada crítica, la psicología tradicional había olvidado este compromiso, sirviendo muchas veces como instrumento de control y normalización. Frente a ello, Ignacio propuso un cambio de raíz: construir una psicología capaz de cuestionar el poder, desmontar las estructuras de injusticia y acompañar los procesos colectivos de liberación.
Uno de los grandes aportes de Martín-Baró fue su concepto de "trauma psicosocial". No basta con mirar los daños individuales: los traumas sociales marcaron a generaciones enteras. La violencia política, la pobreza sistemática, la represión, generan heridas profundas en la memoria colectiva. Sanar, entonces, no puede ser una tarea privada. Sanar es reconstruir la memoria colectiva, dignificar las historias silenciadas y abrir caminos de esperanza en medio de la adversidad.
Para Martín-Baró, recordar es resistir. La memoria es una herramienta viva que puede sostener la lucha por un futuro más justo. Inspirado por pensadores como Paulo Freire, Ignacio consideraba que la educación debía ser un acto de liberación. No se trataba de transmitir contenidos, sino de abrir espacios de diálogo donde los sujetos populares pudieran reconocerse como protagonistas de su historia.
Educar, en la perspectiva de Martín-Baró, es un acto profundamente político: rompe con el fatalismo, despierta la conciencia crítica y alimenta la capacidad de soñar y construir otros mundos posibles. La psicología de la liberación no se construye en los congresos ni en los papers académicos: se construye en la vida diaria, en cada comunidad, en cada espacio donde se tejen resistencias.
Martín-Baró nos enseñó que la transformación empieza en los pequeños gestos: acompañar a una comunidad desplazada, crear redes de solidaridad, defender el derecho a la salud mental para todos y todas, denunciar la violencia estructural, acompañar los procesos de duelo colectivo.
Cada acción, por pequeña que sea, suma en la construcción de un tejido social más justo y humano. A pesar de su asesinato en 1989, Ignacio Martín-Baró sigue vivo en los corazones de quienes luchan por una psicología comprometida con la dignidad humana. Su legado no es un dogma, sino una invitación permanente a pensar, sentir y actuar desde el compromiso ético. Hoy más que nunca, en un mundo atravesado por nuevas formas de exclusión y violencia, su mensaje resuena con fuerza: "No hay liberación sin memoria, sin verdad, sin compromiso".
La semilla que sembró Martín-Baró sigue creciendo. Cada proyecto comunitario, cada psicólogo o psicóloga que trabaja desde una perspectiva crítica, cada educador popular, cada defensor de los derechos humanos, es parte de esa siembra. "Sembrar en tierra fértil es confiar en la vida incluso en medio de la adversidad".
Martín-Baró nos recordó que el sufrimiento humano no puede ser normalizado ni ignorado. Que nuestra tarea, como profesionales y como personas, es acompañar a quienes luchan por su dignidad, construir esperanzas colectivas y no olvidar nunca que la liberación es siempre un acto compartido.
En sus propias palabras, hoy más vigentes que nunca: “La lucha continúa mientras haya un sistema que genere desigualdades.” "Y en cada lucha, en cada esperanza sembrada, Ignacio Martín-Baró sigue caminando con nosotros".

sábado, 19 de abril de 2025

La Psicología como engaño



Escuchar el dolor de los pueblos: el desafío ético de la Psicología

Toda ciencia es política, incluso cuando pretende no serlo. La Psicología, como saber del alma, no puede desligarse de la historia, del dolor social ni de las estructuras que moldean nuestras subjetividades. En un continente donde la violencia ha sido normalizada y el sufrimiento colectivizado, el silencio técnico se vuelve traición. Pensar una Psicología ética es repensar la noción misma de humanidad.


La Psicología, como ciencia del comportamiento humano, ha sido tradicionalmente vista como una disciplina comprometida con el bienestar individual. Sin embargo, en La Psicología como engaño: ¿Adaptar o subvertir?, Edgar Barrero Cuéllar desmonta esta imagen y expone una profunda crisis de legitimidad que afecta no solo a la Psicología colombiana, sino a toda la región latinoamericana. A lo largo del texto, el autor plantea una tesis contundente: la Psicología, lejos de ser una ciencia neutra, ha sido cómplice cuando no protagonista de procesos históricos de opresión, exclusión y silenciamiento. Frente a esto, propone una alternativa ética, política y profundamente latinoamericana: una Psicología que no se limite a adaptar al sujeto a un orden injusto, sino que se atreva a subvertir.

La llegada de la Psicología a Colombia en 1947 coincidió con el inicio de La Violencia, una etapa marcada por atrocidades y masacres que definieron la historia del país. Mientras la literatura, la sociología o la antropología abordaban estos sucesos, la Psicología guardaba silencio. Este gesto, que Barrero denomina el "síndrome de la mirada extraviada", se convirtió en una constante: una disciplina que, pese a su vocación humanista, no se hizo cargo del dolor colectivo, ni del impacto psicosocial de los conflictos políticos.
La omisión de la Psicología frente a la violencia estructural no es casual. Barrero sostiene que se trata de una decisión política disfrazada de neutralidad. La Psicología dominante, al adoptar paradigmas europeos y norteamericanos, terminó sirviendo a los intereses del poder, más preocupada por generar diagnósticos clínicos que por intervenir en contextos de injusticia. Esta despolitización intencionada ha convertido a la Psicología en lo que el autor califica como una "ciencia del engaño": una disciplina que, en lugar de transformar el sufrimiento social, lo patologiza, lo individualiza y lo despoja de su dimensión histórica.
Uno de los ejes centrales del ensayo de Barrero es la denuncia de la colonización epistemológica que ha sufrido la Psicología latinoamericana. La mayoría de las corrientes teóricas y metodológicas provienen del Norte global, y son aplicadas sin cuestionamientos en contextos radicalmente distintos. Esta práctica ha invisibilizado los saberes locales, deslegitimado los conocimientos ancestrales y convertido al psicólogo en un operador técnico al servicio de modelos de desarrollo ajenos a la realidad latinoamericana.
Esta crítica se sostiene con fuerza en el análisis que el autor realiza sobre los grupos de investigación registrados en Colciencias (hoy Min Ciencias). De los 122 grupos evaluados en 2016, muy pocos abordan problemáticas asociadas a la violencia política, el desplazamiento forzado o la memoria colectiva. La mayoría se centra en líneas de investigación funcionales al mercado, alejadas de los conflictos estructurales que atraviesan a millones de personas. El resultado: una Psicología desvinculada del pueblo, desconectada de las realidades populares y funcional a un modelo neoliberal que convierte al sujeto en cliente y al sufrimiento en mercancía.
Frente a esta situación, Barrero plantea una disyuntiva radical: ¿adaptar o subvertir? La adaptación implica reproducir el statu quo, consolidar una Psicología que legitima las jerarquías sociales, que busca "normalizar" al sujeto en función de criterios de productividad y obediencia. La subversión, en cambio, implica cuestionar la raíz misma del orden social injusto, romper con la Psicología domesticada y construir una alternativa desde el Sur, con y para los oprimidos.
Esta opción subversiva se enmarca en lo que el autor denomina una Psicología de la liberación, inspirada en pensadores como Ignacio Martín-Baró y Enrique Dussel. Se trata de una Psicología que no solo analiza la realidad, sino que se compromete con transformarla. Una Psicología que no teme asumir su dimensión política, que reconoce que todo conocimiento implica una toma de partido y que busca reconfigurar su praxis en función de los principios de justicia social, dignidad y emancipación.
Barrero propone una serie de principios ético-políticos que deberían orientar esta nueva Psicología latinoamericana. Entre ellos destacan: el compromiso con el buen vivir colectivo; la defensa del territorio, la soberanía y la autonomía de los pueblos; la descolonización intelectual, afectiva y espiritual; y la lucha por la inclusión efectiva de las diversidades.
Sin embargo, el autor no se queda en lo abstracto. Señala con claridad las contradicciones internas que impiden que esta transformación se materialice. La principal: la brecha entre el discurso y la práctica. Muchas corrientes "críticas" dentro de la Psicología replican, de forma inconsciente, las mismas lógicas de exclusión y autoritarismo que denuncian. Hablan de cambio, pero actúan desde el privilegio. Proclaman la liberación, pero se resisten a renunciar a sus cuotas de poder. La coherencia, en este sentido, se convierte en un imperativo ético: no hay transformación sin autocrítica, ni liberación sin renuncia al narcisismo académico.
El último capítulo del libro se enfoca en la formación de psicólogas y psicólogos. Aquí Barrero plantea una tesis contundente: no habrá cambio estructural en la Psicología si no transformamos profundamente la forma en que se enseña. La formación actual reproduce una lógica colonial, centrada en el rendimiento individual, el saber técnico y la obediencia institucional. Frente a esto, el autor propone una pedagogía ética, crítica y colectiva, que forme profesionales capaces de pensar desde el Sur, trabajar con las comunidades y actuar políticamente desde la dignidad humana.
Esta formación también debe incluir una ruptura con la "razón indolente", término tomado de Boaventura de Sousa Santos para describir una racionalidad que naturaliza la injusticia, despolitiza el sufrimiento y renuncia a imaginar mundos posibles. Según Barrero, la Psicología debe recuperar su capacidad utópica, es decir, su potencial para imaginar y construir realidades más justas. Esta utopía no es una fantasía ingenua, sino una praxis transformadora que se inscribe en la historia y en la lucha de los pueblos por su dignidad.
La Psicología como engaño no es solo una crítica a una disciplina; es una crítica a una forma de estar en el mundo. Barrero nos interpela no solo como profesionales, sino como ciudadanos, como seres humanos. Su propuesta es radical porque no busca maquillar la Psicología dominante, sino transformarla desde la raíz. En este proceso, cada psicóloga y psicólogo debe preguntarse: ¿para qué y para quién trabajo? ¿Qué intereses representa? ¿Estoy ayudando a liberar o a domesticar?
El gran mérito del libro es que no se queda en la denuncia, sino que apuesta por la construcción. Frente a una Psicología que ha servido al poder, Barrero propone una Psicología al servicio de la vida. Una Psicología que no tenga miedo de ser crítica, comprometida y coherente. Una Psicología que no se conforme con explicar el sufrimiento, sino que luche activamente por erradicarlo.
Adaptar es seguir el camino cómodo. Subvertir es asumir la incomodidad del cambio. Si la Psicología quiere recuperar su legitimidad y su sentido, no tiene otra opción que dejar de mirar hacia otro lado y comenzar a mirar de frente a la historia, al dolor y a la esperanza de los pueblos que claman por justicia.


domingo, 13 de abril de 2025

Psicología social norteamericana: una mirada a su evolución histórica


La psicología social en Estados Unidos no solo ha sido un campo de estudio, sino un reflejo del contexto social, político y cultural de cada época. Desde sus raíces en la psicología experimental hasta su consolidación como disciplina clave en la comprensión del comportamiento humano en sociedad, esta rama ha sido testigo y protagonista de grandes transformaciones.

A lo largo del siglo XX y lo que va del XXI, la psicología social norteamericana ha generado teorías, investigaciones y enfoques que han marcado profundamente el pensamiento académico y aplicado en todo el mundo. Su desarrollo ha estado estrechamente vinculado a eventos históricos como las guerras mundiales, los movimientos por los derechos civiles, la globalización y, más recientemente, el auge de las redes sociales y los estudios sobre identidad, poder y prejuicio.

A continuación, presento una línea de tiempo que resume los momentos más representativos en la evolución de esta disciplina, destacando autores, teorías y contextos clave que han dado forma a lo que hoy entendemos como psicología social.

















"Estereotipos: las etiquetas invisibles que usamos sin darnos cuenta"


Los estereotipos son como atajos mentales que la sociedad utiliza para clasificar a las personas en grupos, asignándoles características fijas y, muchas veces, injustas. Son esas frases que escuchamos y repetimos sin cuestionarlas:“los hombres no lloran”,
“las mujeres son mejores cuidando”, “los jóvenes no se comprometen”. Aunque pueden parecer inofensivos, los estereotipos limitan el potencial individual, fomentan la discriminación y perpetúan desigualdades.

En un mundo tan diverso como el nuestro, vale la pena preguntarse: ¿cuántas veces dejamos de conocer realmente a alguien por quedarnos con una etiqueta?   

  

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Más allá de las etiquetas

Vivimos rodeados de ideas preconcebidas. A veces sin querer, miramos a alguien y ya creemos saber quién es, qué piensa o cómo actúa… solo por cómo se viste, su acento, su edad o su género. Esos juicios rápidos los estereotipos nos dan una falsa sensación de comprensión del mundo, pero en realidad, nos alejan de ver a las personas como realmente son: únicas, complejas, cambiantes.

Los estereotipos no solo distorsionan nuestra mirada hacia los demás, también nos afectan internamente. ¿Cuántas veces hemos sentido que tenemos que encajar en ciertas expectativas? ¿Cuántas veces hemos callado, disimulado o cambiado algo de nosotros para no romper con lo que “se espera”?

Reconocer que todos cargamos con estereotipos algunos muy arraigados no es una condena, es un primer paso. Cuestionarlos, desarmarlos y mirar con más curiosidad y menos juicio, puede ser un acto cotidiano de empatía. Porque cada persona es mucho más que una etiqueta… y tú también.

sábado, 12 de abril de 2025

El cerebro, el teatro del mundo

Descubre cómo funciona y cómo crea nuestra realidad


El libro plantea una hipótesis sobre cómo funcionan el cerebro y la mente humana, sugiriendo que el cerebro crea un modelo mental del entorno que nos permite anticipar lo que podría ocurrir y tomar decisiones en base a ello. Esta idea se apoya en investigaciones recientes en neurociencia, que abarcan desde la estructura y el desarrollo del cerebro hasta el papel que juegan las neuronas en procesos como las emociones, la memoria, el pensamiento y la conciencia. Aunque el autor reconoce que aún se trata de una teoría en parte especulativa, su intención es ofrecer una visión clara y comprensible del tema, al mismo tiempo que invita al lector a interesarse por el campo de la neurociencia.

El autor también reflexiona sobre cómo hay aspectos fundamentales de nuestra vida que no podemos elegir, como el lugar en el que nacemos o la familia a la que pertenecemos. Aun así, se siente afortunado y agradecido por haber crecido en un entorno que le brindó muchas oportunidades. Reconoce que su trayectoria profesional ha sido posible gracias a la formación y educación que recibió de la sociedad española, por lo que siente el deber de retribuir todo lo que ha recibido. En este sentido, el libro busca compartir con el pueblo español, en su idioma, sus conocimientos sobre el cerebro, como una forma de agradecimiento y de retribución a su comunidad.

El eje central del libro es la explicación del funcionamiento del cerebro humano. A lo largo del texto, se destacan los avances clave en el campo de la neurociencia y se reconoce la relevancia de científicos como Santiago Ramón y Cajal, Charles Sherrington, Thomas Graham Brown y Rafael Lorente de Nó. El autor cuestiona la perspectiva tradicional que consideraba a las neuronas individuales como las principales unidades del cerebro, tanto en su estructura como en su función. En lugar de ello, propone que se debe cambiar el enfoque hacia las redes neuronales, es decir, hacia los grupos de neuronas interconectadas que, al trabajar juntas, hacen posibles las funciones cognitivas y motoras complejas.

Uno de los descubrimientos más destacados que se mencionan en el libro es que el sistema nervioso puede tener actividad espontánea, sin necesidad de recibir estímulos externos. Esto fue señalado por Graham Brown, quien explicó que las neuronas de la médula espinal pueden generar impulsos eléctricos incluso sin recibir señales del entorno. Este hallazgo apoya la idea de que el cerebro no es simplemente una máquina que responde a lo que entra o sale, sino que está constantemente activo, lo que le da mayor capacidad para adaptarse, tomar decisiones y anticiparse a lo que pueda ocurrir.

Por su parte, Rafael Lorente de Nó amplió estas ideas al proponer que las neuronas no trabajan de forma aislada, sino que están organizadas en redes o “circuitos” que se comunican entre sí. Según él, estas redes son las verdaderas unidades funcionales del cerebro. Su propuesta fue tan innovadora que marcó un antes y un después en la neurociencia moderna, al ofrecer explicaciones para fenómenos que la teoría clásica de neuronas individuales no podía resolver.

El autor también pone que relieve este cambio de modelo con respecto a las redes neuronales como un claro ejemplo de lo que el filósofo y científico, T.Kuhn, consideraba una revolución científica como un cambio drástico sobre la manera de pensar un problema que sustituye un paradigma caduco por otro nuevo. Este cambio de paradigma en neurociencia ha permitido una mejoría en el entendimiento de la complejidad del cerebro e, incluso, ha formado parte de nuevas promisores posibilidades en el sentido de la mejora de tecnologías avanzadas en el campo de la inteligencia artificial, que ha dado lugar a modelos inspirados, precisamente, en redes neuronales. El autor nos deja con una pregunta  clave: ¿cuál es realmente la función del cerebro? Anticipa que esta cuestión se abordará en el próximo capítulo, titulado "El teatro del mundo". Usando esta metáfora, el autor nos invita a pensar que el cerebro no solo responde a lo que sucede a su alrededor, sino que también organiza y crea nuestra experiencia interna, lo que permite que cada persona actúe de forma adaptable y flexible en un mundo que siempre está cambiando.

El texto sugiere que, para comprender cómo funciona el cerebro, es útil considerar dos  teorías: la neurona, que ve a la neurona individual como la unidad básica, y la de las redes neuronales, que sostiene que la función surge de grupos de neuronas interconectadas. Se plantea que este debate se enriquece al observar la evolución del sistema nervioso.

Se hace una revisión evolutiva: las primeras neuronas aparecieron hace unos 600 millones de años durante el periodo ediacárico, en animales primitivos como ctenóforos, cnidarios y bilaterales. En los bilaterales, la evolución favoreció la simetría bilateral y la aparición de órganos especializados, como el cerebro y la cabeza, que son fundamentales para coordinar el movimiento. Un ejemplo de esto son los ascidianos, que pierden su sistema nervioso al asentarse, lo que refuerza la idea de que el sistema nervioso está íntimamente relacionado con la locomoción.

También se menciona que el impulso evolutivo que llevó al desarrollo del sistema nervioso fue, precisamente, la necesidad de moverse y con ello, de anticipar el futuro. Según esta hipótesis, el cerebro actúa como una máquina de predicción que utiliza redes neuronales para crear modelo del mundo, una especie de realidad virtual interna. Este modelo permite anticipar situaciones, elegir el comportamiento más adecuado y, en última instancia, aumentar las posibilidades de supervivencia y reproducción. Además, para predecir el futuro, es esencial recordar el pasado y simbolizar el presente, lo que da lugar, entre otras cosas, a la aparición de la memoria y la conciencia. 

Para comprender cómo funciona el cerebro, es útil considerar dos teorías: la neurona, que ve a la neurona individual como la unidad básica, y la de las redes neuronales, que sostiene que la función surge de grupos de neuronas interconectadas. Se plantea que este debate se enriquece al observar la evolución del sistema nervioso. Nos lleva a explorar cómo el cerebro, que es esencia, es una máquina de control, utiliza las neuronas para crear un modelo interno del mundo. Esto nos ayuda a predecir lo que vendrá y a elegir comportamientos que garanticen nuestra supervivencia. Para lograrlo, el cerebro registra lo que ha pasado, lo analiza y lo compara constantemente con la información sensorial que recibe del exterior, todo a través de un proceso de retroalimentación.

A nivel celular, se nos cuenta que el cerebro está mayormente formado por neuronas y células gliales. Las neuronas, que tienen una forma similar a la de un árbol con un cuerpo celular, dendritas y un axón, se conectan entre sí a través de sinapsis. Estas sinapsis son las que convierten señales eléctricas en químicas y viceversa, permitiendo que la información se transmita de manera digital, un poco como lo hacen los transistores en la electrónica. Se destaca la increíble cantidad de neuronas y sinapsis que hay en el cerebro humano, comparándola incluso con grandes redes de internet, y se resalta el alto consumo energético del cerebro, lo que subraya su importancia en nuestra evolución.

El tema de la plasticidad sináptica, que es la capacidad de las sinapsis para cambiar u ajustarse, lo que facilita el aprendizaje. Además, se menciona que las sinapsis, especialmente las excitatorias, operan de manera estocástica; es decir, no siempre liberan neurotransmisores, lo que significa que deben trabajar en conjunto para que la información se transmita de manera afectiva. Por último, se habla de la diversidad de tipos neuronales y del papel de las dendritas como detectores de actividad grupal, lo que nos ayuda a entender cómo se integran y procesan las señales en redes neuronales complejas.

El cerebro representa y manipula interamente el mundo exterior mediante la actividad de las redes neuronales. Aunque se conocen las neuronas y su funcionamiento, aún se investiga cómo se organiza para simbolizar y procesar la realidad. Se destaca los conjuntos neuronales, grupos de neuronas que se activan de manera sincrónica, clave para formar representaciones mentales.

El neurocientífico Rafael Lorente de No, propuso la idea de circuitos recurrentes, donde las neuronas se excitan mutuamente en bucle, permitiendo mantener activa una representación sin necesidad de estímulos externo constante. Este modelo introduce el concepto de retroalimentación positiva controlada por mecanismos de inhibición para evitar sobrecarga energética. A lo largo del tiempo, personas como Alan Turing, McCulloch y Pitts ayudaron a crear modelos teóricos sobre cómo funciona el cerebro. Sus ideas dieron origen a las redes neuronales artificiales, que hoy son una parte esencial de la inteligencia artificial. Estas redes, especialmente las más avanzadas, pueden hacer tareas complejas como reconocer rostros, a veces incluso mejor que los seres humanos.

También se habla sobre las redes neuronales recurrentes, que se parecen más a cómo realmente trabaja nuestro cerebro. Un científico llamado John Hopfield propuso la idea de los "atractores neuronales", que son patrones estables de actividad cerebral. Esto ayuda a explicar cómo funciona la memoria: basta con activar una pequeña parte del patrón para que se active todo, como cuando un olor o una canción nos hace recordar algo completo.

En la segunda parte, se explica cómo se desarrolla el cerebro en los primeros momentos de la vida. Las células se comunican entre sí usando señales químicas, y estas señales las guían para crecer en la dirección correcta. Algunas científicas, como Ethel Browne Harvey y Hildegard Stumpf, hicieron descubrimientos muy importantes en este campo, aunque muchas veces no se les dio el reconocimiento que merecían porque eran mujeres.

Durante este desarrollo, los axones (que son como cables que conectan las neuronas) siguen estas señales químicas para encontrar a qué otras neuronas deben unirse. Finalmente, forman conexiones llamadas sinapsis, que son clave para que el cerebro funcione. En esta etapa, el entorno en el que se desarrollan las neuronas empieza a influir mucho en su comportamiento.

También se menciona el trabajo de Rita Levi-Montalcini y Stanley Cohen, quienes descubrieron sustancias que ayudan a las neuronas a crecer y sobrevivir. Este descubrimiento fue sorprendente y muy importante, especialmente porque surgió en una época de mucha dificultad.


domingo, 6 de abril de 2025

Psicología Social


La psicología es el estudio de las relaciones sociales y cómo estas influyen y modifican la conducta, los pensamientos y sentimientos de las personas.

Quizá te has dado cuenta que tu comportamiento cambia según la compañía o el contexto en el que te encuentres. No es lo mismo cuando estás entre maestros o jefes que cuando estás entre amigos y familiares. Estos cambios son precisamentes lo que estudia la psicología social.
Entender estas diferencias tiene un impacto interesante  en el mundo laboral, educativo, cultural y político, ya que una vez que se conocen los factores que llevan a estas conductas, estas pueden ser modificadas, eliminadas o intensificadas para mejorar la relación entre grupos de personas.
La psicología social también analizan las normas y principios que moldean la convivencia entre humanos. Gracias a este enfoque hoy conocemos más sobre temas como:
  • Patrones de conducta
  • Roles sociales
  • Conciencia colectiva
  • Relaciones sociales
  • Identidad social
  • Estereotipos
  • Valores
  • Trabajos en equipo
  • Liderazgo

La psicología es mucho más que aprender a conocer a nosotros mismos o a solucionar problemas, la psicología es una ciencia que nos ayuda a entendernos como sociedad y como humanos. Sin los aportes de esta disciplina, no conoceríamos el valor de la compresión, el apoyo, el amor, la amistad, el respeto y la convivencia.



La doctrina del shock: el rostro del capitalismo del desastre

 

Publicado en 2007, La doctrina del shock: el auge del capitalismo del desastre de Naomi Klein es una obra de investigación profunda que denuncia la forma en que las crisis naturales, sociales o inducidas han sido utilizadas como herramientas estratégicas para implementar políticas económicas neoliberales impopulares en diversas regiones del mundo. Klein, periodista y activista canadiense, despliega un argumento provocador, pero sólidamente documentado: el capitalismo global, en su versión más radical, ha aprendido a aprovechar el trauma colectivo como vía para imponer reformas económicas que favorecen a las élites económicas y perjudican a las poblaciones vulnerables. Este ensayo busca analizar el contenido, las tesis fundamentales, y el impacto social y político de la obra, así como su relevancia actual. 

El concepto central del libro gira en torno a lo que Klein denomina "la doctrina del shock", inspirada parcialmente en las prácticas de tortura psicológica: someter a un individuo o una sociedad a un estado de shock tan profundo que la capacidad de resistencia se ve temporalmente anulada. Durante ese momento de vulnerabilidad, se introduce un nuevo orden económico, político o militar que, bajo condiciones normales, habría sido rechazado de plano. Klein traza el origen ideológico de esta doctrina hasta Milton Friedman y la Escuela de Chicago, quienes promovieron una visión del libre mercado como fuerza suprema, con mínima intervención estatal. Según la autora, estos principios fueron puestos en práctica en escenarios traumáticos: el golpe de Estado en Chile (1973), la guerra de Irak, el huracán Katrina, el tsunami del sudeste asiático, entre otros. En cada caso, el shock (ya sea político, económico o natural) fue seguido de una reorganización del sistema económico a favor de intereses privados, a menudo con apoyo estatal o internacional.

Uno de los estudios de caso más contundentes del libro es Chile, donde tras el golpe militar de Augusto Pinochet, la dictadura aplicó un conjunto de reformas económicas inspiradas en Friedman. Bajo el pretexto de estabilizar la economía, se privatizaron empresas estatales, se desmantelaron servicios públicos y se redujeron los derechos laborales. Klein argumenta que tales políticas no fueron el resultado de un proceso democrático, sino que se impusieron durante un estado de represión, miedo y desarticulación social. Aquí, la doctrina del shock se materializa como una estrategia planificada, no un accidente histórico.

Klein también denuncia cómo los desastres naturales, lejos de ser meras tragedias, han sido instrumentalizados como oportunidades de negocio. Uno de los ejemplos más ilustrativos es el huracán Katrina en Nueva Orleans (2005), donde tras la devastación, el sistema escolar público fue reemplazado por escuelas charter privadas. Asimismo, empresas de seguridad privadas sustituyen temporalmente funciones policiales, generando un modelo de privatización que prospera en el caos. El dolor y la desesperación de la población se convierten, según Klein, en caldo de cultivo para un modelo económico extractivista y excluyente. Otro eje del libro es la ocupación de Irak posterior a la invasión de 2003. Klein expone cómo la destrucción del aparato estatal permitió a empresas como Halliburton y Bechtel, con vínculos directos al gobierno de George W. Bush, adjudicar contratos millonarios en tareas de reconstrucción. Aquí, el neoliberalismo no sólo se impone tras una guerra, sino que se convierte en un actor beligerante que lucra con la desestabilización y luego se autodesigna como redentor.

En este sentido, la doctrina del shock se presenta no como una mera consecuencia de políticas violentas, sino como una hoja de ruta donde la catástrofe inducida o aprovechada sirve para instaurar un nuevo orden económico. Klein no solo analiza las implicaciones políticas y económicas de estas estrategias, sino que también se detiene en el impacto psicológico. Cuando las sociedades son expuestas a traumas sistemáticos ya sea por violencia estatal, guerras o catástrofes naturales, se genera una suerte de parálisis colectiva que facilita la aceptación de lo inaceptable. Esta lógica recuerda al concepto de “ventana de Overton”, donde se amplía el espectro de lo políticamente aceptable gracias a situaciones extremas.

Además, la autora vincula la doctrina del shock con la manipulación mediática. Los medios de comunicación, muchas veces controlados por los mismos intereses económicos, desempeñan un papel crucial en la construcción del miedo, en la justificación del autoritarismo temporal y en la invisibilizaba de los efectos negativos de las reformas.

Pese a su alcance y relevancia, La doctrina del shock no ha estado exenta de críticas. Algunos académicos y economistas han señalado que Klein presenta una visión maniquea del neoliberalismo, donde todos los actores privados son presentados como oportunistas sin escrúpulos. También se la acusa de simplificar procesos complejos al reducirlos a una única narrativa causal. Por otro lado, defensores del libre mercado han señalado que en muchos casos las reformas económicas posteriores al shock han tenido resultados positivos a largo plazo, aunque Klein argumenta que esto se logra a costa de enormes sufrimientos humanos y pérdida de derechos.Aun así, incluso los críticos reconocen el valor del libro como obra de denuncia, y su capacidad para visibilizar las formas en que el poder económico se entrelaza con la violencia y el oportunismo político.

A más de quince años de su publicación, La doctrina del shock continúa siendo relevante. La pandemia del COVID-19 mostró cómo gobiernos y empresas aprovecharon el miedo y la incertidumbre para implementar cambios laborales, tecnológicos y legales de forma acelerada. Desde el teletrabajo impuesto sin regulación clara, hasta el uso masivo de vigilancia digital, se confirma que los momentos de crisis siguen siendo aprovechados para remodelar las sociedades en favor de intereses particulares.

Del mismo modo, en América Latina persiste la aplicación de ajustes estructurales tras crisis económicas o disturbios sociales, a menudo con el aval de organismos internacionales. La obra de Klein ayuda a entender estos patrones y a generar conciencia crítica ante propuestas políticas que surgen en contextos de desestabilización.

La doctrina del shock es una obra contundente que obliga al lector a repensar la historia contemporánea desde una óptica crítica, revelando los intereses económicos que se ocultan tras las tragedias humanas. Naomi Klein desmonta la narrativa del progreso económico para mostrar cómo el neoliberalismo radical se ha servido del dolor colectivo como palanca de cambio. Aunque no está exenta de limitaciones, su enfoque aporta una visión indispensable para comprender la relación entre poder, trauma y economía.

En tiempos donde las crisis parecen multiplicarse climáticas, sanitarias, bélicas la advertencia de Klein cobra nueva vigencia: el verdadero peligro no está solo en la catástrofe, sino en quién se beneficia de ella. El reto para las sociedades contemporáneas es construir resiliencia, no solo frente al desastre natural, sino frente al uso político del shock como herramienta de dominio.

Romero: El Salvador Obispo – Un grito de fe, justicia y conciencia

"Cuando doy de comer a los pobres, me llaman santo. Pero cuando pregunto por qué los pobres tienen hambre, me llaman comunista."


Esta frase, aunque pronunciada por otro clérigo latinoamericano, bien podría resumir el espíritu de Monseñor Óscar Arnulfo Romero, cuya vida fue llevada al cine en la película "Romero" (1989), dirigida por John Duigan y protagonizada por Raúl Juliá. Esta obra no es sólo una biografía fílmica, sino una denuncia social, un documento histórico y una reflexión profundamente humana sobre el papel de la Iglesia, la política y la dignidad en medio del conflicto armado salvadoreño.

La película nos transporta a El Salvador en los años setenta, cuando el país vivía una de las épocas más oscuras y sangrientas de su historia. En medio de una creciente represión militar, el asesinato sistemático de campesinos, estudiantes y sacerdotes, y el surgimiento de la guerrilla como respuesta al autoritarismo, Monseñor Romero emerge como una figura aparentemente apolítica, tímida y conservadora, nombrado arzobispo precisamente por su supuesta neutralidad.

Sin embargo, como lo narra la película, su cercanía con el pueblo y la injusticia que vivían sus feligreses transforma su visión. Su conversión pastoral no es abrupta, sino profundamente humana: Romero no busca la confrontación, sino la justicia; no quiere ser mártir, pero tampoco cómplice. Y ahí radica su grandeza. Su opción por los pobres no nace de una ideología política, sino de una fidelidad radical al Evangelio.

Uno de los elementos más poderosos del filme es la transformación interna de Romero. El guión y la actuación de Raúl Juliá nos permiten ver un personaje complejo: un hombre que duda sufre, se equivoca, pero que también ama profundamente y se entrega por completo a su misión. Su evolución es paralela a su toma de conciencia. Al inicio, Romero es alguien que cree en el orden, en la obediencia institucional, en la paz como ausencia de conflicto. Pero al ver cómo matan a su amigo, el padre Grande, cómo los militares violan iglesias y asesinan campesinos, se da cuenta de que ese “orden” es, en realidad, una estructura de muerte.

Romero comienza a denunciar desde el púlpito, en sus homilías dominicales, en las que le habla no solo a su pueblo sino también al ejército, al gobierno y al mundo. Sus palabras son firmes, cargadas de amor y dolor, pero también de una fuerza moral inquebrantable. La película logra capturar este cambio interior sin caer en la idealización ni en el melodrama. Nos muestra a un Romero humano, que llora, que se quiebra, pero que elige levantarse para seguir siendo fiel a su conciencia.

"Romero" no solo habla de un hombre, sino de una institución en crisis. La Iglesia salvadoreña, como muchas en América Latina en esa época, estaba dividida entre quienes apoyaban al régimen y quienes abrazaban la teología de la liberación, optando por los pobres y denunciando la opresión. La película pone en evidencia esta tensión interna: obispos que prefieren el statu quo, religiosos perseguidos por acompañar al pueblo, comunidades eclesiales de base que se convierten en blanco de la represión.

Romero se convierte en símbolo de una Iglesia que se baja de los altares para caminar junto a los oprimidos. Su figura encarna lo que el papa Francisco ha llamado “una Iglesia en salida”, una Iglesia que huele a oveja, que no teme ensuciarse con el barro del conflicto social. Su opción no es partidista, sino ética y pastoral. Y eso es lo que la vuelve tan incómoda para los poderosos. Desde el punto de vista cinematográfico, "Romero" es una película sobria, con una narrativa clara y una fotografía que refleja la crudeza del contexto salvadoreño. No busca impresionar con efectos ni espectacularidad, sino transmitir con honestidad el dolor y la esperanza de un pueblo herido. La dirección de John Duigan evita caer en maniqueísmos: los personajes no son completamente buenos ni malos, sino humanos, atrapados en una red de violencia estructural.

Raúl Juliá entrega una actuación conmovedora, sutil y potente. Su Romero transmite fragilidad y firmeza, dulzura y valentía. Es una interpretación que humaniza al santo, lo hace cercano, real, profundamente creíble. La música, la ambientación y el ritmo del film acompañan el proceso de toma de conciencia del protagonista, logrando que el espectador no solo entienda lo que ocurre, sino que lo sienta. La película no se limita a narrar hechos; interpela, cuestiona, moviliza. Es un llamado a no permanecer indiferentes ante la injusticia.

Más de tres décadas después de su estreno y más de cuarenta años después del asesinato de Romero, su mensaje sigue vigente. En un mundo donde las desigualdades persisten, donde la violencia aún afecta a millones, donde la fe muchas veces se acomoda al poder, su ejemplo sigue siendo un faro. Romero no fue un revolucionario armado ni un político, sino un pastor que decidió amar hasta el extremo. Su martirio no fue casual: fue el precio de su fidelidad a los más pobres. Fue asesinado mientras celebraba misa, con la Biblia en una mano y el cuerpo de Cristo en la otra. Su sangre, como la de tantos mártires latinoamericanos, es semilla de vida nueva.

La película nos obliga a preguntarnos: ¿qué haríamos nosotros en su lugar? ¿Seríamos capaces de arriesgarlo todo por la justicia? ¿O preferimos la comodidad del silencio? Romero no buscó ser héroe, pero se convirtió en uno por su coherencia.

"Romero: El Salvador Obispo" es una obra que trasciende la pantalla. Nos habla al corazón, a la conciencia, a nuestra capacidad de indignarnos frente al dolor ajeno. Nos recuerda que la fe no puede ser cómplice del poder, que la espiritualidad verdadera implica compromiso, y que el silencio frente a la injusticia también es una forma de violencia. Monseñor Romero fue canonizado en 2018, pero su santidad no reside en los altares, sino en su testimonio de vida. Su historia, plasmada con dignidad en esta película, sigue siendo una fuente de inspiración para creyentes y no creyentes, para quienes buscan un mundo más justo, para quienes entienden que la verdadera revolución nace del amor.


Conflicto y Pacificación

El conflicto como oportunidad de transformación El conflicto, lejos de ser negativo, es una señal de que existen diferencias que necesitan s...